Saben aquél del científico que estudiaba el comportamiento de una pulga saltarina? Le decía «¡Salta!» y la pulga saltaba un metro. Le quitaba progresivamente las patas, una detrás de otra y, al grito de «¡Salta!» la pulga cada vez saltaba menos. Cuando le arrancó la última pata, repitió la orden y observó el resultado, concluyendo «al perder las patas, la pulga se vuelve sorda».

Recientemente leí una noticia en SUR.es (sección MedioAmbiente) cuyo título me dejó estupefacto: 'Los campos de golf, tan ricos en fauna y flora como el bosque mediterráneo. Un estudio de la UMA destaca la riqueza de los ecosistemas en cinco instalaciones de la Costa del Sol'. Según se dice en el artículo, el doctor Miguel Ángel Farfán y el licenciado Jesús Duarte, ambos biólogos, han llegado a esa conclusión después de haber estudiado «la fauna y flora y el equilibrio ecológico» [sic] en cinco de los campos de golf de nuestra costa.

Se podría tomar como un chiste malo si no fuera por la relevancia del problema planetario que representa la pérdida de biodiversidad, problema de múltiples causas entre las que la destrucción de hábitat natural y los cambios de usos del suelo (sustitución de bosque por explotación agrícola, suelo urbano, etc) son dos de las más importantes. Más bién, la conclusión de los expertos suena a broma macabra en este momento de transición entre 2010 y 2011, años prouestos por Naciones Unidas respectivamente como 'Año Internacional de la Biodiversidad' y 'Año Internacional de los Bosques', con el sano intento de concienciar a la sociedad sobre la importancia que para el bienestar humano tiene la conservación de la biodiversidad y de los ecosistemas forestales.

Pero, de hecho, la sensación que transmite la lectura de tal noticia es de frustración y perplejidad al saber que la conclusión no se extrae de un artículo publicado en una revista científica de prestigio después de haber superado el imprescindible control de la evaluación por otros expertos (los denominados 'referees'), sino de un informe financiado por Acosol, la empresa pública responsable de la gestión del agua en la costa del sol occidental. Esta modalidad de 'ciencia al servicio de la sociedad' no puede menos que dejarnos preocupados, no solo a los científicos, sino a la ciudadanía en general.

Quede claro que no es mi intención estigmatizar los campos de golf, y quede claro también que no he leído el informe. Pero no hace falta leerlo para asombrarse ante la frivolidad del mensaje y el tremendo daño que puede hacer en el ciudadano. Me aterra simplemente la duda de saber qué método científico habrán seguido los expertos Farfán y Duarte para estudiar (y aprobar) el 'equilibrio ecológico' [sic] de un sistema ecológicamente insostenible como es un campo de golf (ojo, también es insostenible ecológicamente la agricultura intensiva bajo plástico y ahí está).

Un campo de golf es un sistema que se mantiene gracias al aporte continuo de una gran cantidad de energía externa enforma de mano de obra, maquinaria (dinero, en definitiva) y su persistencia depende de que el retorno en ganancia económica supere los gastos que implica su implantación y mantenmiento.

¿Es esto comparable a un ecosistema como el bosque mediterráneo?

Tener que responder a esto me causa incluso rubor, pero no tengo más remedio. El bosque mediterráneo, como sistema natural bien desarrollado, ha tardado muchos años (decenios a siglos) en alcanzar su madurez ecológica, una de cuyas consecuencias es la persistencia en el tiempo de sus propiedades fundamentales (estructura, diversidad de especies, procesos productivos,etc) salvo perturbación impredecible como la destrucción para uso agrícola, ganadero o urbanístico, o el aumento de la frecuencia de incendios no naturales.

La transformación de una superficie de bosque mediterráneo en campo de golf es prácticamente instantánea; pero si se abandona el campo de golf a su suerte, este desaparecerá invadido por las hierbas, los matorrales y, después de mucho tiempo, quizás puedan establecerse las especies que identifican al ecosistema 'bosque mediterráneo', aunque lo más probable es que el proceso se quede en alguna etapa intermedia y no se consiga la restauración del ecosistema original (las encinas, como las golondrinas y las tupidas madreselvas de Bécquer, «esas...¡no volverán!»).

En mi opinión, el mensaje transmitido es sencillamente nocivo para la opinión pública y deprimente para todos aquellos que, desde la escala local hasta la internacional, venimos trabajando por defender el valor intrínseco de los sistemas naturales y de la biodiversidad que albergan. Afortunadamente, la propia Universidad de Málaga ha mostrado su posición institucional al publicar un número monográfico de su revista Uciencia al Año Internacional de la Biodiversidad, como también ha hecho el Ateneo de Málaga en el número 13 de su revista Ateneo del Nuevo Siglo.

En cualquier caso, consciente de las puertas que el estudio de los expertos Farfán y Duarte abre a las mentes calenturientas de especuladores y de muchos expertos endesarrollo económico local, me atrevo a pedir a la ciudadanía que se unan a mí en una plegaria: «Virgencita ¡que me quede como estoy!»

JAIME RODRÍGUEZ

CATEDRÁTICO DE ECOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE MÁLAGA

Fuente: http://www.diariosur.es/prensa/20110212/opinion/mensaje-nocivo-20110212.html

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DIEZ MENTIRAS SOBRE LOS BENEFICIOS DEL GOLF
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